Rosa Gris

Los volantes de la bellísima falda plateada, en conjunto con el resto del vestido y de los longos cabellos de la pequeña, parecían querer escaparse, volar más y más alto, al compás de los giros que ella daba, feliz, entusiasmada.

El barroco que daban por el hilo musical del tren la hipnotizaba sobremanera. Bailaba con un ente invisible. Con los ojos cerrados y dejando que su cuerpo se expresase solo, se dejaba mecer por los compases y armonías que iban y venían a través de sus oídos, erizándole el vello y haciéndole entrar en un estado de éxtasis en el cual perdía la noción del mundo.

Su acompañante la contempló divertido, desde la cama, antes de volver a hundir su cara contra la almohada. Lo primero que hizo nada más llegar al dormitorio fue desnudarse de torso para arriba y lanzarse sobre el suave colchón, lamentándose por su espalda y brazos quemados, dejando que la fría brisa que se colaba por la ventana calmase su escozor.

Ella comenzó a detenerse suavemente, acabando la danza que parecía no tener fin, mientras los pianos concluían. Hubo una pausa, un pequeño silencio que daba paso a otro movimiento de la obra musical. Recuperó la consciencia y examinó la habitación en la que se hospedarían. Era algo amplia. Tenían allí un pequeño armario, una mesita de noche y una estrecha cama sobre la cual estaba tumbado boca abajo su amo y señor.

Se acercó hacia él muy despacio, silenciosa, para que pudiera hacerle la puñeta de turno. Calculando cada uno de sus pasos, fue sacando unas uñas muy finas y afiladas y, una vez llegó al lado de la cama, hizo una rápida brazada sobre la espalda del hombre en ademán de hacer crecer el dolor que lo afligía.

——¡Ja! ——gritó mientras empezaba a notar la piel quemada en la yema de sus dedos. Pero él fue más rápido.

De rodillas, tras un movimiento imperceptible para el ojo corriente, agarró y mantuvo en alto la muñeca de la pequeña, la cual, sorprendidísima, lo miraba con las pupilas muy dilatadas.

——¿Se puede saber qué porras intentas? ——dijo sin cambiar su semblante, serio, amuermado.

La niña dejó escapar un maullido vibrante de su garganta como respuesta.

——¿Sabes la de palos que ibas a recibir si me hubieras llegado a rozar solo un poquito de lo que tengo quemado?
——Perdón, amo, pero ya sabe… ——dijo sonriente.
——Ya que tanto te aburres, podrías darme un masaje o algo, que estoy hecho un siete ——Liberó su brazo y se tumbó de nuevo, exactamente como estaba antes—.— Si no, tira a bailar, que estabas muy tranquilita.
——¡Marchando una de masaje!

Ella saltó, sentándose con delicadeza sobre su espalda, y guardó las uñas.

——Amo —le llamó con mucho ánimo mientras se apoyó sobre sus hombros, esperando una respuesta igual de enérgica; pero él se limitó a emitir un gemido—, cuando estaba con la Maesa Luna, pude devorar todos los libros de su biblioteca. ¡Había una colección muy completa acerca de traumatología, digitopuntura, erotismo! ¡Créame cuando le digo que no olvidará este masaje! ¡Miau!

Disimulando alguna que otra risilla que se escapaba a través de su gran sonrisa, comenzó lo que se le había encomendado de improviso. A ritmo de barroco, los músculos de él comenzaban a reaccionar, un dolor placentero que le hacía falta desde hace mucho tiempo.

Mientras tanto, unas voces se escuchaban por el pasillo. Iban creciendo en intensidad, acompañadas de un trote y varios golpes contra el suelo y paredes. Trompicones, en toda su definición. La puerta se abrió de golpe.

——¡Esta es la nuestra! ¿No? ——dijo Aja, quedando paralizada en el acto al ver que, en efecto, se había equivocado y creía haber interrumpido algo que malinterpretó.

Un golpe fortísimo de piano dio por concluida la función, y un aplauso posterior le dio la pizca de sonra que le faltaba a la escena. Las miradas se intercambiaban. La pareja hacía lo imposible para no cambiar su cara de póquer y romper a carcajadas. La periodista buscaba desesperada una frase de disculpa, pero se quedó en blanco y, muy lentamente, sin apartar la mirada, fue cerrando la puerta.

Ella continuó con el masaje sin decir ni mu. Él terminó por romper el hielo tras un rato:
——Esta tía es boba…

Al fuego de mayo, allá donde la tierra fue tierra

La humedad de la mañana comienza a disolver el ardor que hubo aquí esta noche. Las ramas comienzan a hundirse en el rocío mientras los gemidos involuntarios de la joven doncella rompen, junto al canto de los primeros gorriones, el bendito silencio que reinó después de la tempestad.

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Poesía con participios

Tal es el hedor, que ni el aire es capaz de moverse, por lo tanto, tampoco lo notarías. Entras y lo que menos te preocupa es que tus fosas nasales se inunden de semejante peste. La sensación de humedad que aprieta tus extremidades, la presión que martillea tu pecho amenazando a tu corazón, la neblina invisible que da jaque a tus ojos, retándolos a intentar vislumbrar algo en aquel ambiente incierto y borroso. Incluso el gusto, siempre apartado de la acción salvo para cuando toca saborear o identificar, ahora mismo está acobardado, pues nunca antes había sido llamado al campo de batalla. Un fuego cruzado de sensaciones horribles se está librando ahora mismo en tu boca. Tu lengua es el tablero de ajedrez.

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